Solo deseo pasear, caminar por la alameda y observar el ambiente, necesito que me de el fresco invernal en la cara y las gotas de lluvia que por esta época sacuden las calles de mi ciudad, el olor a madera quemada que desprenden sus chimeneas, el gris del cielo con destellos de luz en el horizonte, el olor a mojado de sus calles y de su alameda donde me encuentro, aun siendo las doce del mediodía, el frío que atraviesa la pelliza se clava en el cuerpo como alma que lleva el diablo, aún así ,apetece de estar en la calle, paseando, y observando a los crios como saltan en los charcos, restos de la nieve que hace unos días pintaba de blanco el suelo de la alameda, o esos acianos que sentados en los pocos bancos que quedan secos, reparten el pan a las palomas como entretenimiento hasta la hora del domino, o esas madres que compran a los hijos las chucherías en el único kiosco (carrillo en andaluz) que aun esta en pie dentro de la alameda y que conocí de crió, ahora después de cuarenta años, sigue funcionando como el primer día, dónde se compraban los altamuces (chochitos), y para los que nos sentíamos un poco mas hombres a pesar de ser aun demasiados crios, los cigarros sueltos a cinco pesetas tres, da igual que fueran bisontes, celtas cortos o largos ,ducados, rex, Lola o el que tuviera mas a mano el quiosquero.
Sigo dando vueltas por la alameda sin mirar el tiempo desde sus fuentes y árboles centenarios hasta los balcones que asoman al tajo, donde paro, da igual cual de ellos, la lluvia cae, fina y en ese lugar la gravedad para ella no existe, levanta el vuelo como si lloviera del suelo en vez del cielo, el agua empaña mi cara, aún así seca rápido a la vez que se moja, me creo un vigía oteando el horizonte, dónde lo único que se divisa es campo y monte, las manos en los bolsillos, resguardas del frío y el agua, paso a tras y sigo la marcha, por el paseo de los ingleses, ,hasta el final y vuelta a empezar, a deshacer el camino andado, sin tregua pero sin prisa, hacia ese antiguo tío vivo que aun queda perenne en su lugar donde en su día fue colocado, ahora por el mal tiempo con su toldo cerrado, pero que aun funciona, sigue lloviendo, agua fina que parece que no cala, pero que cuando menos lo esperas estas empapado, puede que sea desagradable el frío y la lluvia, pero aun así, es un día precioso para dar una vuelta por la alameda y observar a los que con este tiempo están disfrutando del lugar y su paisaje.
Las niñas pasan al lado, con su olor a frescura e inocencia y las no tan niñas que van buscando el primer amor invernal o alguna aventura que le espere por los rincones y jardines de esta alameda, dirijo mis pasos hacia el centro, a buscar el bar de siempre donde calentar el cuerpo con un buen vino, o talvez busco a Virginia, cómo si la cosa no fuera conmigo, demasiadas mujeres bonitas cruzan delante de mí, imprescindible volverse para admirar sus cuerpos, y oler sus aromas que fluyen en el ambiente con el olor a jardines frescos, paso por la plaza de toros, reliquia de antaño, dónde paro y enciendo un cigarro, dejo pasar algunos coches y paso la carretera sin prisas, entrando en un callejos estrecho con demasiada historia, estoy cerca de la verdad, bar conocido desde siempre con ese nombre, dónde el ambiente es joven, dónde no se ha perdido la alegría de los días de fiesta, las mañanas de copas y tapeos y las noches de música complicidad y ternura.
Abro las puertas del mismo y el calor interior me invade el cuerpo, dando un respingo, los pelos se ponen de punta al sentir la temperatura del mismo, nada mas verme de entrar el camarero, directamente me pone lo de siempre, un lagrima, unas olivas y al rincón de la barra, cómo si el sitio lo tuviera adjudicado desde siempre, abro la pelliza, la suelto en la percha cercana, y doy un buen sorbo a la copa, tanto que directamente vuelvo a tener la segunda en la barra frente a mi, sin decir nada, rapidez y eficacia del camarero que conoce a su clientela de siempre, la música suena, la de la tierra por derecho, el calor, el humo del tabaco, las guitarras que parecen que nunca callan en este lugar, las voces de fiestas al son de las mismas, los palmeos siguiendo el ritmo y la gente guapa que disfrutan cantando y escuchando, los guiris, con su copas de vino, sentados hablando y de vez encunado con la intención de seguir un palmeo que ni entienden y que son incapaces de llevar el ritmo, pero al menos lo intentan, y como no, se les deja que se acoplen a la fiesta, cada uno a su bola, no diviso a Virginia, talvez no venga, puede que sea demasiado pronto para ella, aún así, enciendo un cigarro, saboreo la segunda copa, unas olivas a la boca y espero que surja el milagro, hoy soy yo quien la busca entre la gente, hoy deseo verla y sentir su calor, aunque solo sea de su mirada.
Hoy solo quiero pasear por la alameda centenaria, observar a la gente, el ambiente y que el frío invernal y esta agua fina, me invada el cuerpo y la cara, como alma que lleva el diablo.
Sigo dicienolo... gracias amigo mio por hacernos vivir momentos tan intensos con tus descripciones tan exactas. Un beso y adelante.
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarLeerte es como leer un libro y ser uno de los personajes.
Tus palabras describen perfectamente la situación y el lugar.
Besos
Magnifico el tajo de Ronda. Es una ciudad muy bella y fria. De niña estuve interna un trimestre en uno de sus colegios, lo pase bien. Describes muy bien el ambiente de la ciudad y tus pensamientos.
ResponderEliminarCompañero,yo soy también de los de los 3 cigarros un duro (bisontes,celtas,condal,LOla ...lo que pillara).He estado en Ronda un par de veces e incluso en Acinipo(Ronda la vieja) y me parece un lugar incomparable.Un día de estos cojo la furgo y nos plantamos ahí a tomar un cafe contigo.Un abrazo.
ResponderEliminar